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jueves, 29 de julio de 2010

Como prevenirse de las conspiraciones


Maquiavelo fue un gran psicólogo que supo captar como nadie la verdadera naturaleza humana. Es muy conocida su obra EL PRÍNCIPE, debido a que es breve, condensada y destila mucha sabiduría. mas extensa y desarrollando mucho mas las ideas de la obra anterior son los DISCURSOS SOBRE LA PRIMERA DÉCADA DE TITO LIVIO, de donde están extraídas las siguientes líneas.

Son pocos los que pueden declarar guerra abierta a un monarca, pero cualquiera puede conspirar contra él. Por otra parte, nada hay tan expuesto y peligroso como una conjuración, cosa difícil y arriesgadísima en todas sus partes. Por ello son muchas las que se fraguan, y muy pocas las que producen el fin con que se intentan.


Deben, pues, los príncipes aprender a guardarse de este peligro, y los súbditos meterse lo menos posible en conspiraciones, contentándose con vivir bajo el gobierno que la suerte les depare. Porque los príncipes que concitan en contra suya el odio universal tienen entre sus súbditos algunos más especialmente ofendidos y más deseosos de vengarse, deseo que crece en proporción a la general malevolencia.


Debe, pues, evitar el príncipe esta universal antipatía.  Guardándose de ella, las ofensas individuales que cometa le serán menos peligrosas, pues se encuentran rara vez hombres tan sensibles a las injurias que arriesguen la vida por vengarlas; y aunque los haya con poder y voluntad de hacerlo, el general afecto que inspira el príncipe les impide realizarlo.


Los ultrajes que se pueden hacer a un hombre son en sus bienes, en su persona o en su honor. Respecto a los segundos, es más expuesto amenazar que ejecutar la ofensa. Las amenazas son peligrosísimas, y ningún peligro hay en realizar los ultrajes, porque los muertos no meditan venganza, y los que sobreviven casi siempre la dejan al cuidado del muerto. Pero quien es amenazado y se ve por necesidad en la alternativa de obrar o de huir, conviértese en hombre muy peligroso para el príncipe, como oportunamente demostraremos.


Después de este género de ultrajes, los dirigidos contra los bienes o la honra son los que más ofenden a los hombres, y de ellos debe también abstenerse el príncipe; porque a nadie se le puede despojar hasta el punto de no quedarle un cuchillo para vengarse, ni deshonrarle hasta el extremo de que pierda el obstinado amor a la venganza. De los insultos hechos a la honra, el más grave es el dirigido contra el honor de las mujeres, y después el vilipendio de la persona.  Hay otro motivo poderosísimo de conjuración contra el príncipe, cual es el deseo de librar a la patria de la tiranía. (Discursos, 3, VI)


Puede encontrar EL PRÍNCIPE y los DISCURSOS SOBRE LA PRIMERA DÉCADA DE TITO LIVIO en la LIBRERÍA VIRTUAL

miércoles, 3 de marzo de 2010

Cartas a su hijo. Lord Chesterfield

Leer a Lord Chesterfield es nadar en la realidad. En una selección de las cartas que dirigió a su hijo ilegítimo, Philip, intentó enseñarle cómo ser un hombre de mundo. Chesterfield quería que su retoño brillara en la política y la diplomacia, por lo que puso todo su empeño en adiestrarle para este fin. Una y otra vez le repite que lo importante es la fachada, lo que los demás ven. Entre las cualidades sólidas y las de relumbrón, las segundas son preferibles. ¿Logró su objetivo? El joven Philip salió mediocre: carecía de elocuencia, no tenía los refinadísimos modales que le habían querido inculcar y además, se casó a espaldas de su padre con una mujer que no pertenecía a su clase y desatendiendo uno de sus consejos más repetidos. Cosas del destino. A continuación, un extracto de textos de varias de sus cartas. 

Un joven que se muestra carente de voluntad propia y dispuesto a hacer siempre lo que se le pide pasa por agradable, pero se le juzga al mismo tiempo un necio. Actúa con prudencia, sobre la base de unos principios sólidos y con razones válidas; pero guárdatelas para ti, y no sueltes sentencias. 


Es mucho más importante conocer las costumbres de los hombres que las ciudades. 


Guárdate bien de hacer alarde de tu cultura delante de nadie: la gente detesta a quien le hace sentir su inferioridad. Disimula, pues, con extremo cuidado tú saber y resérvalo para los encuentros con gente culta; pero incluso en estos casos dejan que sean ellos quien lo sonsaquen, evita parecer ansioso de exhibirlo. Gracias a esta aparente reticencia pasarás por más sabio de lo que en realidad eres, y se te atribuirá además la virtud de la modestia. 


Cuídate mucho de no decir nunca en un grupo de personas lo que has visto u oído en otro, y sobre todo guárdate de divertir a estos a costa de los otros; ingéniatelas, en cambio, para que la discreción y la reserva sean consideradas consustanciales a tu carácter. Te llevarán bastante más lejos y serán para ti una mejor garantía que el más brillante talento. 


Disfruta de los placeres, con tal de que los sientas como propios: sólo así los disfrutarás de verdad; no te fijes ninguno de antemano, sino que confía en la naturaleza, la cual sabrá orientarte hacia los más genuinos. Los que quieras experimentar, además, deberás conquistarlos por ti mismo; el hombre que se entrega a todos indistintamente acaba por no saborear ninguno. Una vida compuesta exclusivamente de placeres es tan insípida como despreciable. El placer no debe ni puede constituir la vocación exclusiva de un hombre sensato y de carácter, sino que ha de ser, y es, su solaz y recompensa. 


En una negociación entre dos hombres de igual talento, el que comprende mejor la lengua en que se desarrolla acabará siempre por llevarse la parte del león. El sentido y el valor de cada una de las palabras revisten a menudo importancia capital en un acuerdo, y aún en una carta. 


Un comerciante que aspire a tener éxito su profesión debe empezar por ganarse fama de honrado y de buen trato: a falta de la primera, nadie irá a su tienda; a falta de la segunda, nadie volverá a ella. 


Se perdona fácilmente los jóvenes los comunes desenfrenos, pero no hay indulgencia para ningún vicio del corazón. 


Guárdate de la vanidad porque se trata de una mala fama que, una vez ganada, es más indeleble que el sacerdocio. Hay quien, emitiendo juicios rotundos acerca de cualquier asunto, revela su propia ignorancia sobre muchos, y muestra una desagradable presunción sobre todo lo demás. Atente siempre a esta regla infalible: no hacer nunca ostentación de la cualidad por la que esperas distinguirte. La modestia es el único señuelo seguro cuando lo que se buscan son elogios. Si tus méritos son reales, serán los demás quienes los descubran.